lunes, 14 de marzo de 2016

DON FLORENCIO

Nos hacemos eco de un artículo  de Antonio Monterroso, aparecido en EL DIARIO DE CÓRDOBA (28/10/01) y que se muestra en la Exposición "MAESTROS Y MAESTRAS DE NUESTRAS VIDAS", de la Asociación LA TRIBU EDUCA. Una semblanza del director que da nombre a nuestro centro D. FLORENCIO PINTADO.



El artículo es el siguiente:

DON FLORENCIO

 Tras una guerra de la que más o menos logró salir indemne, para librar la batalla diaria del sustento, Don Florencio eligió la profesión de enseñar en unas tierras donde se ganó a pulso el pan y el respeto. En jornadas agotadoras,  con las Matemáticas siempre a cuestas, peregrinó a lomos de una Peugeot por todos los caminos de la sierra cordobesa, de Villanueva de Córdoba a Azuaga, hasta llegar a convertirse en un profesor de leyenda.
Arriesgado inversor en acciones vida – consiguió amasar un magnífico capital de diez hijos –, los números rojos iluminaban cada final de mes su cuenta corriente. Él que tantos números hizo a lo largo de su existencia no logró dominar del todo el lenguaje matemático de las cajas de ahorros.Firme defensor del esfuerzo como motor del progreso humano, luchando contra viento y marea, convirtió una maltrecha Escuela del Trabajo de Peñarroya, en un referente ejemplar de la Formación Profesional de nuestra por entonces maltrecha España. Hoy esa Escuela lleva el nombre de Florencio Pintado. Él, que hasta donde pudo rehuyó agasajos, ostentó esa distinción con el mayor orgullo.
Cofrade supernumerario de la hermandad de la difícil sencillez humana, supo ganarse un lugar en el corazón de aquellos con quienes trataba. Ávido de saberes, nada de lo que pasaba en este mundo convulso pasaba desapercibido ante su lúcida mirada. Aunque el paso del tiempo le proporcionó su ración inexorable de arrugas jamás se arrugó su ánimo y supo estar en el mundo y vivir la vida con la fe del optimista inteligente.
Por eso, a Don Florencio, así era conocido en toda Peñarroya, partidario convicto y confeso de la vida, le costó morirse, sobre todo porque a sus ochenta y cuatro años ni por un asomo pensó perderse todo lo que la ciencia anuncia para el nuevo siglo. Adicto a la inteligencia en cualquiera de los campos en que, frente a la sinrazón, ésta se manifestase, por más méritos profesionales que alcanzó, por más elevado que fue el reconocimiento público que obtuvo, su mayor galardón fue ser siempre y en toda circunstancia una persona buena. Una persona buena que no fue querida sino venerada por su familia.
Y para que conste allí donde proceda, así lo afirmo.
Antonio Monterroso

28/10/01